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La lucha diaria de La Cava:
un mundo intrincado
en el corazón de San Isidro

Por MARÍA CLARA CARMONA

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La entrada a La Cava es una montaña de escombros en la que vive un mundo de personas y una jauría de perros. Hay que mirar hacia abajo y hacia arriba al caminar: hacia abajo porque hay materia fecal, agua y cableado que entorpecen el paso, hacia arriba porque hay marañas de cables que rozan las cabezas de los transeúntes. “Es un peligro constante y latente, pero te acostumbrás al olor y a mirar por donde caminás”, admitió ‘Cholo’, que vive hace décadas en La Cava, mientras agacha su cabeza llena de canas para no llevarse puesto ningún cable.

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El Municipio de San Isidro es uno de los más ricos de la provincia de Buenos Aires, con un gran Índice de Progreso Social según el CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento). La palabra “riqueza” no es una que se usa para describir a La Cava, más bien es caracterizada por los medios como una de las “villas más picantes” y grandes de Zona Norte. Así, divididos por un grueso muro terminado en alambre de púa, en el Municipio de San Isidro conviven los ingresos más altos de Buenos Aires con 22 hectáreas repletas de casas hechas de chapa, nylon, madera, cemento y ladrillos sin revoque.

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Imagen satelital de Google Maps, denota la división física 

entre La Cava y casa quintas de San Isidro. 

Dentro del municipio, La Cava es de los barrios populares más antiguos y grandes en cuanto a población y metros cuadrados con una situación de vivienda precaria; así lo reconoce ReNaBaP (Registro Nacional de Barrios Populares). En 2019 se registraron 2490 viviendas y 2568 domicilios, según el último conteo oficial de viviendas que se llevó a cabo por la Dirección Provincial de Estadística. La mayoría de estas viviendas no cuentan con agua potable ni con red de gas y tienen conexiones precarias a la red eléctrica, confirma un informe diagnóstico hecho en 2022 por Eliana Fiorito, trabajadora social, solicitado por la Fundación Avina y Sumando Argentina, tras cinco meses de trabajo de campo.

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Se estima que viven entre 10 mil y 15 mil personas en La Cava, pero no se puede saber con exactitud porque la información estatal de San Isidro, especialmente sobre el vecindario en cuestión, es poco accesible. Residentes han dicho que cada vez son más personas allí, que los censos no toman su realidad del todo. A pesar de que el INDEC caracteriza a San Isidro con niveles muy altos (todos entre 95% y 98%) de pisos con revestimiento, agua por cañería dentro de la vivienda, baño dentro de la vivienda y agua potable por red pública, es un hecho que de los casi 300 mil habitantes de San Isidro, los que residen en La Cava viven una realidad muy distinta.


La profesional Fiorito describe la situación crítica en su diagnóstico: “La red de agua potable que se abastece de agua a través de mangueras conectadas al tendido de AYSA (…) suelen estar compartidas con la línea eléctrica y presentan pinchaduras, poniendo en riesgo la población”.

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En el medio del barrio, por una calle asfaltada pero llena de pozos, cada tanto hay un camión que limpia las cloacas. En realidad cloacas no hay, limpian los pozos ciegos que hacen de cloacas. La manguera que depura el pozo va dejando olor y rastros en los pasillos del barrio. “Los caños también pierden y el agua así después queda llena de bichos. Los chicos se enferman, tienen diarrea o infecciones urinarias. Mientras vas creciendo el cuerpo se termina acostumbrando”, explicó una madre con su bebé en brazos y decepción en su cara. La red cloacal formal está en los bordes del barrio, esto causa que la mayoría de los vecinos no lleguen a tener este servicio. De este modo, tal como explica el informe diagnóstico citado anteriormente, “resuelven el manejo de los efluentes de manera individual a partir de pozos ciegos y con diversas complicaciones dada las irregularidades del terreno”.


“¿Sentís ese olor a cable quemado?”, le preguntó una veinteañera que necesitaba ayuda a Cholo, que es gran compañero de todos sus vecinos y el referente barrial del político Ramón Lanús. “Sí. En un rato vengo y vemos qué podemos hacer”, le respondió él compasivamente. La red eléctrica es un gran problema en el barrio por su informalidad: pelan el cable principal para empalmar con la fase de su conexión domiciliaria. Esta conexión precaria es grave porque da lugar a cortocircuitos y la maraña pesada de cables ejercen fuerza sobre los postes de madera que se llegan a caer con frecuencia o hasta electrifican personas o charcos de agua.

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Cuando llueve en Buenos Aires, La Cava sufre inundaciones. “El agua viene rápido y en cantidad. Pasan semanas y seguís recuperando cosas porque queda el agua un buen tiempo. Muchas veces me llega hasta acá”, renegó María (47) mientras se tocaba el codo. El desnivel en la tierra causa que haya sectores que se inunden más que otros. A su vez, las inundaciones “presentan problemas de movilidad dentro del barrio, sobre todo con días de lluvia, dadas las condiciones de las pocas calles vehiculares existentes y los pasillos de barro. Pero, sobre todo, la problemática radica en la entrada de los servicios de transporte público y otros servicios como el de emergencia. Muchos casos de urgencia quedan sin ser atendidos”, remarcó Fiorito. Se escuchaba rock cuando Juan, un vecino de 26 años que iba a trabajar con un parlante en mano, comentó que frente a la inundación del 17 de agosto de 2023 “los policías se portaron bien, los vi con el agua hasta la cintura ayudando a la gente, sacando niños”. Además, hay fundaciones, como Manos de La Cava, que tratan de ayudar en estos momentos críticos.

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El agua cae por los pasadizos irregulares: algunos de tierra y otros con escaleras o rampas por los bruscos cambios de nivel. “La movilidad dentro del barrio se da por pasillos, que conectan diferentes sectores del barrio con el entorno en forma únicamente peatonal. La situación de los pasillos es heterogénea y de anchos variables”, remarca el informe de Avina y Sumando. La brújula por la que se guían es: Acceso Norte (marca el norte), Rolón (el sur), Tomkinson (marca el oeste) y Neyer (el este). Hay 10 barrios dentro de La Cava, indistinguibles para quien no vive ahí porque forman un laberinto de casas y pasajes.

​Esta es la casa de Marta; el agua de lluvia acumulada ha llegado a cubrir la ventana entera. Créditos: MCC.

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Mapa formal del barrio La Cava con 15 sectores. Los vecinos de La Cava a 2023 identifican 10 barrios con distintos nombres, hasta con conflictos entre ellos. Créditos: Eliana Fiorito. 

Hay hogares que tienen puertas de tela, otras casas más seguras tienen rejas o se cierran con una cadena gruesa y un candado. En el Pasaje 1 algunas casas son usurpadas, pero a lo largo del barrio también hay asentamientos informales, viviendas de Planes del Estado y viviendas transitorias. Algunos pasillos de La Cava son de tierra y cubiertos por basura, otros de cemento hechos por el Gobierno de la Nación y no por el municipio. También hay altares para conmemorar a fallecidos y graffitis que invaden las paredes. 

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Algunas veredas están hechas con losas de cemento que trajo Melchor Posse en 1995. Los residentes contaron que hace 28 años dejó los bloques con su nombre y ellos los colocaron, completaron la obra. Aún así, el piso es bastante irregular, los pies duelen tras caminar. Créditos: MCC.

Los vecinos aseguran que el barrio más peligroso es Riobamba. “Se resuelven las cosas a tiros y a las piñas como si nada”, confesó Nacho (20) que tomaba mate con sus amigos en la vereda de este sub-vecindario. Entre casas hechas con materiales que no se pueden ni sostener, hay otras más sólidas y bonitas, hasta con un Audi estacionado atrás. “¿Qué te pensás que hace el que vive ahí? Vende ‘caramelitos’”, indicó Cholo irónicamente apuntando a una casa que parecía de revista. 

 

La droga no es un tabú en La Cava, según los residentes, el faso y la coca baila en los organismos de un buen grupo de gente, sobre todo de noche. “Está bastante normalizado acá, aunque el paco no. Una vez uno trajo paco para distribuirlo y le hicieron mierda la casa”, explicó Nacho mientras se ataba los cordones de sus zapatillas, una réplica de las Nike AF1. 

 

A la vuelta de la esquina hay un hombre con los ojos hinchados y rojos, como llenos de sangre, dientes carcomidos y está sentado mientras tiembla y grita, algo que asusta a cualquiera menos a los del barrio, que ya parecen estar acostumbrados a ese tipo de persona; “es un zombie este, está drogado con coca”, indicó Cholo mientras entraba a la panadería del barrio, donde recibe a lasuna chica sonriente: “Buenos días, ¿con qué te puedo ayudar?”.

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Foto del grupo con Cholo. A agosto de 2023 la media docena de medialunas estaba a 900 pesos, la inflación también llega a este hacinamiento. Créditos: CC. 

Créditos: MCC

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